Pues, aquí sudaron como burros picando piedras. El aire ardiente brilla bajo el plano de color anaranjado. Si miramos más de cerca, observamos los pequeños brillos de cristales de sal en las piedras. Hasta hace poco familias enteras trabajaban aquí en las canteras y vivían en pobres chozas de piedra y barro.

Uno apenas puede imaginarse un lugar más inhóspito en el mundo. El Valle de la Luna, un paisaje lunar. Carece de todo lo que uno desea para una vida normal. Durante el día un calor insoportable, por la noche un frío trémolo. El aire está seco como en ningún otro lugar del mundo. La humedad relativa está cerca de cero, por lo que no llegamos a sudar a pesar del calor increíble.

Hasta hace unos pocos siglos vivían los indígenas de San Pedro de la extracción de sal en el desierto del Altiplano de Atacama, en el norte de Chile. El agua la llevaban con mulas y llamas en largas caminatas desde su pueblo San Pedro a sus hogares de trabajo cerca de las minas de sal. Sus pueblos verdaderos – San Pedro, Sucaire, etc – se aferran a los pocos oasis del desierto a 2400 metros sobre el mar. Y si estas condiciones no hubieran sido suficiente prueba de resistencia, en el siglo 16 los conquistadores españoles invadieron la zona. Con una brutalidad insuperable eliminaron su cultura duramente ganada, el lenguaje y la estructura social.

Lo que para los indígenas fue una pelea difícil de supervivencia, a nosotros se nos reduce a una experiencia estética inigualable, impresionante. Durante cuatro días vagamos por el desierto, nadamos en pequeños lagos de sal y conquistamos con nuestro coche de alquiler los caminos de tierra hacia lo más alto de los pases de los Andes, pegados a las frontera con Argentina a 4200m. Un silencio absoluto en la nada. El oxígeno se está acabando, la respiración severa, la cabeza duele por la altura. Como en el mar, la reducción de la estética conduce a una presencia increíble. Lo que vemos nos para el último aliente que nos queda.