Nada

En altamar, de Grecia a Malta
Azul. Por dondequiera que miro. Solo azul. A mi alrededor. Giro como giro. Hasta el horizonte. Azul. Lejos, una línea nítida. Por encima, azul celeste; por debajo, azul índigo. Nada más. Ni una nube en movimiento. Ni pájaros que vuelen en círculos. Ni delfines jugando con nosotros. Solo el sol, que ya está alto en el cielo y calienta mi sangre. Solo se oye un suave gorgoteo. Nos deslizamos. Lento y constante, impulsados por el viento. Siempre hacia adelante. Estamos tranquilos, sintiendo en el cuerpo el suave vaivén de las olas, apenas perceptibles.
No se ve tierra. Ni personas. Ni barcos, ni los enormes con sus contenedores, ni el Stromboli, el yate de mi amigo, que probablemente también navega a mi lado, delante o detrás. Pero qué más da. No se ve nada, solo el azul: más intenso, fascinante y profundo que nunca. En ningún otro lugar del mundo hay un color que cubra una superficie tan grande como esta: el azul.
Silencio absoluto. Silencio profundo y absoluto. Paz. El mundo está lejos, al menos tal y como lo percibimos desde la tierra. Las relaciones interpersonales, la política, el tráfico… y sí, por desgracia, también la guerra. Sin noticias, sin Internet, no sé nada, simplemente navegamos. Sin fin. La vida real.
Solo nosotros dos, solos, aquí, lejos de todo. Aparentemente perdidos en la nada y desconectados. El Tuvalu y yo. Unidos, conectados en el azul infinito. Acogidos en el seno de la naturaleza, más intensa no podría ser. Tan escasa que no podría ser más poderosa. Penetrando profundamente en el corazón. Contemplo el exterior con reverencia. Agradecido de que el mar me haya acogido.
Por la noche, las estrellas se alzan en el firmamento. Es un espectáculo increíble. Debe de haber miles de millones de mundos ahí afuera. Infinitamente lejos y, sin embargo, formamos parte de ellos más intensamente que nunca. Duermo por intervalos de veinte minutos. Ya que ahora soy un navegante solitario. No vaya a ser que se cruce otro barco en mi rumbo.
Luego vuelve a salir el sol. Su luz acaricia suavemente mi piel. Y seguimos navegando. Ya no importa el tiempo. En algún lugar y en algún momento hay una isla frente a mí. Quería ir allí, pero ya no sé por qué. ¿Por qué debería importar?
Que maravilla de sensaciones Hans. Esa vida es envidiada por muchos, por todos esos navegantes que ahora estamos en tierra. Un gran color para estar inmerso en el, y esa manera de sentir que nada importa demasiado si dentro y fuera de uno todo esta en su sitio y en armonía. Sigue disfrutando por nosotros!!
Que paz!. Intimo personal. Un ejercicio de introspección! Un abrazo!